martes, 22 de febrero de 2011

Un examen

-¿Sabría decirme cuáles fueron los Reyes Católicos?
-Sí, sabría.
-Dígame sus nombres.
-No lo sé.
-¿No me ha dicho que lo sabía?
-Le he dicho que sabría decírselo en el hipotético caso de que me hubiera estudiado la lección.
-En ese caso le pongo un cero.
-No puede hacer eso. Yo he respondido correctamente a su pregunta.
-¿Cómo dice?
-Usted me ha preguntado si sabría y yo le he respondido que, si se hubieran dado las circunstancias adecuadas, sí que sabría.
-¿De qué circunstancias me habla?
-Anoche mis padres me obligaron a trabajar con ellos hasta tarde y no pude estudiar.
-Está bien, hábleme de ellos.
-Tienen una carnicería y llevan muy mala vida. Mi padre se levanta a las 4 de la mañana…
-Me refiero a los Reyes Católicos.
-No creo que madrugaran tanto.
-¿En qué siglo vivieron?
-Mi padre nació en 1957 y mi madre tres años después. Son del siglo XX.
-Me refiero a los Reyes Católicos.
-Son anteriores.
-Anteriores a qué.
-A la carnicería de mis padres.
-¿Por qué son famosos?
-Por sus morcillas de arroz y sus longanizas frescas,
-Me refiero a los Reyes, no a sus padres.
-Sí, supongo que los Reyes católicos pueden considerarse más famosos que mis padres.
-Pero dígame por qué.
-Mujer, pues porque un reinado siempre será más importante que regentar una carnicería. Vamos, digo yo.
-Me refiero a la razón por la que son famosos los Reyes Católicos.
-Suelen aparecer en los exámenes de historia.
-Ya, pero sabría decirme ¿por qué?
-Por supuesto que sabría.

martes, 15 de febrero de 2011

Un dedo

-Caballeros, tomaremos el brandy en el salón Baltimore.
-José Luis.
-Posteriormente jugaremos una partida de bridge en el drawing room.
-José Luis.
-…y fumaremos unos habanos que me acaban de traer de Ultramar paseando por la rosaleda del jardín Oeste.
-José Luis.
-Dime, dilecta esposa.
-Me llamo Paco. Estamos en la cárcel y les estás hablando a los dedos de mis pies.
-Qué sentido del humor más simpático tienes, Rosalinda.
-Así que sentido del humor. ¿Ves esto?
-Diantres, qué pecho tan peludo, Rosalinda.
-Es porque no soy Rosalinda, sino Paco. Mira.
-Demonios, Rosalinda, vaya atributos sexuales que te gastas. No sabía que te hubieras cambiado de sexo.
-No me he cambiado de nada. Los tengo desde que nací.
-Caballeros, ruego que disculpen las ocurrencias de mi esposa. Ya saben cómo es cuando bebe dos copas de más.
-Deja de hablarles a los dedos de mis pies.
-No son tus dedos de los pies, cariño. Son mis invitados.
-Entonces, ¿quieres explicarme por qué acaban de desaparecer?
-No me sorprende que se hayan ido: has sido muy grosera con ellos.
-Han desaparecido porque me he puesto los calcetines.
-A eso me refiero. Los has recibido descalza.
-Si no me hubiera quitado los calcetines ni siquiera habrían venido.
-¿Qué insinúas? ¿Qué mis invitados vienen a casa para verte los pies? ¿Qué crees que son? ¿Un congreso de podólogos?
-No insinúo nada, pero ya verás como no vuelven hasta que no me quite los calcetines otra vez.
-No me hagas reír. Vendrán en cuanto los llame.
-Prueba y verás.
-Caballeros, por favor, les invito a un coñac en la biblioteca. ¿Ves? Ya han vuelto.
-Ahora les estás hablando a los dedos de mi mano izquierda.
-Tengo muchos amigos. No sé de qué te extrañas.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Un sinónimo

-Buenas tardes.
-Hola, ¿qué desea?
-Necesitaría un adjetivo sinónimo de “bueno”.
-¿”Bondadoso”?
-Preferiría que fuera algo menos hortera.
-Ya entiendo, ¿”virtuoso”?
-No tan celestial.
-¿Puede arreglarse con “recto”?
-Preferiría no mezclar el amor con el sexo.
-¿Agradable?
-Más que eso. Sublime.
-No, que si le interesa “agradable”.
-No, gracias. Me parece, no sé cómo decirle, poco…
-¿Oportuno?
-Sí, eso mismo, poco oportuno.
-No, que le ofrezco “oportuno”.
-Oportuno, oportuno. No sé, me parece muy formal, muy…
-Cándido.
-Sí, con un punto de candidez.
-No, que le ofrezco “cándido”.
-Demasiado suave.
-Indulgente.
-Casi indulgente, sí.
-No, que le ofrezco “indulgente”.
-Muy cursi.
-Piadoso.
-Exacto, muy piadoso.
-No, que le ofrezco “piadoso”.
-Muy religioso, demasiado…
-Compasivo.
-Sí, eso es, muy compasivo.
-No, que le ofrezco “compasivo”.
-Poco pasional.
-Sensible.
-Sí, casi casi maricón.
-No, que le ofrezco “sensible”.
-Sensible, sensible… puede servirme, sí.
-Magnífico.
-Magnífico me parece mucho mejor.
-No tengo “magnífico”.
-¿Por qué lo ha dicho entonces?
-Era sólo una expresión
-¿Quiere no mezclar sus expresiones con sus productos, por favor?

domingo, 6 de febrero de 2011

Un coloso

-Bomberos, dígame.
-Llamo para dar aviso de un incendio. Es horrible. Vengan rápido.
-Bueno, bueno, no empecemos exagerando, ¿eh?
-¿Cómo dice?
-Que ya me conozco la película. Mucho fuego, mucho fuego y luego es un cenicero con dos colillas mal apagadas.
-Oiga, perdone, pero el edificio entero está en llamas.
-Ya.
-Cómo que ya
-Que ayer por la tarde emitieron “El coloso en llamas” en la tele y siempre pasa lo mismo. La gente se sugestiona y ve fuego donde no lo hay.
-Por todos los santos, envíe una unidad móvil inmediatamente. Se me han quemado las manos y parte de la cara.
-¿Qué crema hidratante usa usted?
-¿Qué?
-A veces los productos de cosmética producen reacciones alérgicas.
-¿Pero qué dice? Si no puedo respirar del humo que hay.
-El humo no prueba nada.
-¿Cómo no va a probar nada?
-Puede ser niebla. O vapor de agua.
-Es humo, me cago en todo lo que se menea.
-No empecemos a faltar, que entonces sí que no llegamos a ninguna parte.
-¿Y qué quiere que haga? Le estoy diciendo que hay un incendio y usted se resiste a creerlo.
-Compréndalo, es parte de mi trabajo filtrar las llamadas de chalados y bromistas.
-No soy ninguna chalada ni esto es ninguna broma. ¿Qué quiere que le diga para que me crea?
-A ver, ¿hace calor?
-Muchísimo.
-Sí, la verdad es que estamos teniendo un verano sofocante.
-No me refiero al tiempo, maldita sea.
-¿Otra vez faltando? Mire que le cuelgo.
-Yo sí que voy a colgarlo a usted, gilipollas, pero de los huevos. Dígame su nombre.
-Venga ya, para intimidades estoy yo ahora, con la de llamadas que me están entrando en la centralita.
-Serán mis vecinos pidiendo ayuda.
-Pues haga el favor de decirles que dejen de llamar. Estoy hasta la coronilla de chalados y bromistas.

jueves, 3 de febrero de 2011

Un calabacín

-Hola, buenas.
-Dígame.
-Me ponga medio de borraja.
-Vale, pero le advierto que esto es una oficina del Banco del Alto Ebro.
-Ah, coño, perdone. Como en la puerta ponía “Verdulería Charo”.
-Eso es en el local de al lado.
-Ah.
-Pero, no se preocupe, tenga la borraja y, si quiere unos pimientos, los tengo muy buenos, a 2 euros el kilo y medio.
-¿No debería ofrecerme un préstamo personal?
-En confianza, no lo tengo muy fresco. Llévese mejor estos calabacines.
-Traiga, pero no acabo de comprender.
-No hay nada que comprender: son simples hortalizas, alargadas y verdes. Sirven para hacer fritada.
-No sé.
-También se comen en tortilla.
-No me refiero a los calabacines.
-¿Entonces?
-Hablo de su actitud.
-Bueno, mi psicoanalista dice que tengo tendencias obsesivo-compulsivas, pero que eso me lo arregla él en diez sesiones de cincuenta minutos.
-Ya veo.
-¡Hostias! No joda. ¿Así de repente? Milagro, milagro, este señor era ciego y ahora ve…
-No, oiga, no me ha entendido. Era sólo una frase hecha.
-A mí las frases me gustan al punto. Si están hechas o muy hechas se me hacen bola.
-Esto es absurdo. Me niego a seguir aguantando sus estúpidas ocurrencias. Venga, déme unas acciones de Telefónica, que parece que están subiendo.
-¿Cuántas quiere?
-Póngame dos kilos.
-Le pasa un poco…
-Déjelo, que vienen los chicos a comer y seguro que repiten.